Hasta la primera mitad del XIX, los métodos empleados para que el paciente soportase el dolor o no se moviera durante una intervención quirúrgica eran simples y brutales. Operaciones muy rápidas; bebidas alcohólicas, fijaciones con cuerdas o correas; tacos de cuero, madera o balas para morder. A veces se empleaba otro método más expeditivo para dejar inconsciente al paciente: un buen golpe en la cabeza. A comienzos de siglo comenzaron a aparecer los primeros anestésicos como los opiáceos o el alcohol, los cuales tenían numerosos efectos secundarios y podían resultar muy peligrosos, incluso mortales.
Los primeros anestésicos eran de tipo narcótico o soporífero, es decir, que abotagan los sentidos e inducen sueño. Entre estos últimos se incluían el opio, la mandrágora, el láudano (una combinación de alcohol y opio), el alcohol o la belladona. Las culturas precolombinas empleaban, y emplean, hojas de coca para el tratamiento del dolor. Estas substancias proporcionaban cierto grado de alivio del dolor, sedación o amnesia, pero con graves efectos secundarios (adicción) y tampoco podían amortiguar por completo el dolor por sí solos. Asimismo, una misma dosis podía producir tanto el efecto deseado como la muerte en dos pacientes diferentes.
Cirugía primitiva: mejor cuanto más rápido
Antes de la segunda mitad del XIX, uno de los mayores terrores de la humanidad era el dolor provocado por una operación. En la época anterior a la anestesia, lo que determinaba la calidad de un cirujano era su rapidez, y el eminente cirujano escocés Robert Liston (1794-1847) destacaba por ello. En cierta ocasión extrajo un tumor escrotal de 20 kg de peso (el paciente tenía que transportarlo de un lado a otro en una carretilla) en cuatro minutos.
No obstante, a veces la rapidez tenía nefastas consecuencias: consiguió amputar una pierna en dos minutos y medio, pero con las prisas también le rebanó los testículos a su infortunado paciente. En otra amputación, seccionó una pierna, los dedos de su asistente y los faldones de la casaca de un distinguido colega cirujano que estaba allí presente, todo en menos de dos minutos. Este último quedó tan aterrorizado que cayó muerto del susto. Paciente y asistente también morirían a causa de la gangrena, de ahí que se haya escrito que esta fue la única operación de la historia con una mortalidad del 300 por ciento.
Antes de la generalización de la anestesia, el número de operaciones quirúrgicas que podían llevarse a cabo era limitado: operaciones superficiales, amputaciones, tumores superficiales o piedras en la vejiga. La mayoría de pacientes tenían que ser sujetados o atados, y aunque algunos tenían la suerte de desmayarse, los alaridos agónicos de dolor, tanto durante la operación como durante el posoperatorio, aterrorizaban a los pacientes en la sala de espera. En una ocasión Liston estaba operando una piedra en la vejiga cuando el paciente consiguió liberarse de sus forzudos asistentes. Escapó a la carrera de la habitación y se encerró en el baño, negándose a seguir soportando el dolor. Liston tuvo que echar abajo la puerta y llevar a rastras a su paciente de vuelta a la sala de operaciones para poder finalizar la operación.
La introducción de la anestesia permitió que la cirugía “se ralentizase”, haciéndose más precisa y permitiéndole acceder a zonas hasta entonces prácticamente prohibidas como por ejemplo abdomen, pecho o cerebro. Robert Liston también fue uno de los primeros en realizar una operación con anestesia: el 21 de diciembre de 1846, Liston amputó la pierna de un chófer al cual un estudiante de medicina le suministró un éter anestésico . No obstante, el uso clínico de la anestesia no se generalizaría en la práctica médica hasta 20 años más tarde.
La «mayoría de edad» de la anestesiología
El empleo de agentes anestésicos alcanzó la mayoría de edad durante la segunda mitad del siglo XIX, más concretamente después de la guerra de secesión estadounidense (1861-1865). Aunque el empleo de elementos anestésicos como el éter o el cloroformo ya había comenzado de forma experimental durante la década de 1840 y los años inmediatamente anteriores a la guerra de secesión, se habían empleado ya agentes anestésicos en conflictos como la guerra entre México y EE.UU. (1846-1848) o la guerra de Crimea (1853-1856) –conflicto que también fue testigo del nacimiento de la enfermería moderna–, antes de la guerra de secesión el uso de anestesia no estaba generalizado en la práctica médica civil.
Los motivos por los cuales hacia 1860 la anestesia con éter o cloroformo seguía siendo poco más que una curiosidad científica eran diversos. Culturales: antes de la guerra de secesión, en los EE.UU. se consideraba poco viril que un hombre se sometiera a cirugía con anestesia (o incluso quejarse o gritar durante la operación), por lo que los métodos anestésicos disponibles eran reservados a mujeres y a niños. También existían las motivaciones religiosas: había quien se oponía a aliviar el dolor de las parturientas debido a que ello contradecía el mandato bíblico (“Parirás a tus hijos con dolor”, etc.) Asimismo, también existía la creencia generalizada entre los médicos de que emplear “frío acero” sin anestesia tenía un efecto beneficioso, pues evitaría la supuesta depresión que seguiría al empleo de la anestesia. En una situación de dolor muy intenso, se pensaba que mantener a los pacientes despiertos equivalía a mantenerlos con vida.
La guerra de secesión estadounidense cambiaría de forma definitiva esta percepción. El tratamiento de los cientos de miles de heridas y mutilaciones sufridas durante la guerra de secesión estadounidense tuvo gran importancia en el establecimiento del uso regular de anestesia en la práctica clínica habitual. Un estudio publicado por la sociedad americana de anestesiología informa de al menos 120 000 casos de empleo de anestesia en intervenciones de heridas de guerra por médicos de ambos bandos. Tanto el cuerpo médico de la Unión como el de la Confederación contaban con manuales de cirugía avanzados, tanto nacionales como extranjeros. El cirujano sudista J. Chisholm publicó en 1861 un tratado sobre cirugía de campaña que incluía un capítulo sobre el uso de cloroformo. Los cirujanos del ejército de la Unión también contaban con un ensayo que trataba el uso quirúrgico de esta misma substancia.
La práctica quirúrgica de la guerra civil vino a ser un ensayo clínico de dimensiones sin precedentes, y la tasa de mortalidad asociada al uso de agentes anestésicos fue notoriamente baja. Chisholm afirmó que nunca había perdido a ningún paciente anestesiado con cloroformo después de más de 10 000 operaciones, mientras que el confederado McGuire afirmó haber empleado cloroformo en más de 28 000 intervenciones sin pérdidas de vidas atribuibles al agente anestésico. La práctica de primera mano de técnicas de empleo de agentes anestésicos así como de sus efectos secundarios y complicaciones, dio a los cerca de 15 000 médicos que sirvieron en ambos ejércitos una experiencia y unos conocimientos que no hubieran sido posibles de no haber tenido lugar la guerra de secesión. Una vez finalizada la conflagración, los doctores retornaron a la práctica médica civil, donde comenzaron a aplicar de forma generalizada las técnicas aprendidas durante cuatro años de guerra.
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